Amor y apego

La mayoría de los estudios que se han hecho sobre el apego relacionan la historia personal afectiva que se ha tenido en la infancia con el resto de las relaciones que se establecen a lo largo de la vida. La relación de pareja es, de todas ellas, la que supone un mayor grado de cercanía, intimidad e interdependencia, por eso es también la que refleja mejor el tipo de apego que se ha desarrollado en la infancia.

El enamoramiento, el mantenimiento del vínculo y la reacción ante la pérdida del ser querido son interpretados y sentidos en la misma clave en la que se vivió la relación de apego con la madre o el cuidador principal, aunque esto no quiere decir que no sea posible tener una relación sana y satisfactoria a pesar de haber sufrido en la infancia.

Podemos decir que el apego inseguro ha dejado ciertas huellas en la persona que hacen que se comporte de una manera que no favorece la relación amorosa. Sin embargo, el apego es flexible y se puede ir moldeando. En algunos casos no será posible lograrlo sin un apoyo terapéutico específico, pero en otras ocasiones la propia vida permite ir aprendiendo poco a poco, sobre todo si se comparte con personas adecuadas que aporten la sensación de protección y seguridad emocional que no se consiguió en la niñez.

Las personas que han tenido un apego seguro son más espontáneas y naturales, viven sus relaciones con alegría, confían en los demás y se dejan guiar por las emociones positivas. Esto les permite aceptar a la pareja con sus virtudes y sus defectos, sin sentirse “en guerra” con ella y así tienen mayores garantías de resolver los conflictos que se producirán, inevitablemente, a lo largo de la relación.

Las personas con apego evitativo lo tienen más complicado puesto que parten del miedo a la dependencia emocional y de la falta de confianza en los otros. Esto provocará dificultades en la relación cotidiana y muchos problemas para aceptar a la pareja tal como es. Verán multiplicados sus defectos y dudarán de la estabilidad de su relación, por lo que se “protegerán” con su autosuficiencia, convenciéndose de que las relaciones íntimas no son tan importantes para ellos.

Las personas con apego ansioso-ambivalente tampoco lo tienen muy fácil. Se han impregnado del dolor por el abandono y necesitan desesperadamente la cercanía del otro y la exigencia de reciprocidad. Pueden convertirse en parejas excesivamente demandantes o llenas de celos y desconfianza.

Separación y apego

En la ruptura amorosa las personas con apego evitativo normalmente bloquean sus emociones y se centran en actividades de carácter intelectual o mecánico que les dan tranquilidad y les permiten mantenerse alejados del dolor. Dirigen todas sus fuerzas a volver a ese marco de seguridad en el que sienten que controlan su vida, incluso parece que sufren menos. Sin embargo, ese mecanismo de defensa que consiste en desconectarse de sus propios sentimientos hace mucho daño: es una forma de desconectarse de la vida.

Las personas con apego ansioso-ambivalente sufren mucho en las rupturas amorosas porque son más vulnerables a la soledad. Al haber puesto su valor en la opinión del otro, cuando se sienten abandonadas sufren un cierta pérdida de identidad y de sentido vital. Creen que no van a volver a ser felices y que nadie más las va a querer. Todo esto provoca una gran desesperación que les hace volver una y otra vez a la pareja, deseando retomar la relación al precio que sea.

Esta dependencia del otro prolonga su sufrimiento. Vuelven a él pensando que se calmarán pero el resultado es exactamente el contrario. Solo cuando aprendan a encontrar la calma dentro de sí mismas serán capaces de huir del dolor y sanar sus heridas.

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