El abrazo que perdura

¿Qué abrazos, qué caricias, qué besos son aquellos que se fijan y perduran en la memoria y nos acompañan toda la vida? Recuerdo que recuperé la consciencia y pregunté dónde estaba. No tendría más de 8, quizá ya 9 años. Me había levantado poco antes de la mesa del almuerzo en familia en la cocina, un día cualquiera de diario. No me encontraba bien, algo me pasaba, y me levanté justificándome para ir al aseo contiguo a la cocina. Recuerdo haberme estirado para alcanzar con los ojos mi imagen en el espejo. Preguntaba dónde estaba, porque recuperaba la consciencia suspendido en una nube, en los brazos de mi padre, que me tranquilizaba, que tranquilizaba al resto de la familia, alterada tras oír un golpe sordo en el aseo contiguo y no encontrar respuesta a sus llamadas.

A medida que me iba recuperando escuchaba su voz, notaba su olor y su cercanía. Preguntaba porque posiblemente me parecía inédito y perturbador estar entre los brazos de mi padre, a esa edad ya no concebía algo así.

Aquel día no podía imaginar lugar mejor que despertar en el cariño cercano de mi padre, al que acabaría perdiendo para siempre solo pocos años más tarde. Y ese es el abrazo que perdura.

Alfonso, 49 años.

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