El desvalimiento en personas que han sufrido maltrato infantil

sentirse solo y desvalido

El desvalimiento suele ir acompañado de una cierta sensación de modestia a la que se añade un comportamiento dependiente de la opinión de los demás. Es necesario agradar continuamente, ser generoso en exceso, incluso a costa de los propios intereses, callar para no contradecir o no entrar en conflicto o incluso responder de manera vaga, imprecisa, para no sentirse comprometido con lo dicho y poder rectificar a tiempo.

A veces se opta también por el silencio con la intención de que sea el otro el que interprete lo que se piensa o se desea. Es un error: si se quiere algo hay que decirlo. No podemos pretender que nadie adivine lo que no se ha dicho. Si uno no es capaz de decir lo que quiere o necesita o de expresar sus sentimientos íntimos no puede llegar a tener una vida auténtica.

Para luchar contra un comportamiento tan arraigado es necesario volver a educarse. Tener la certeza, en primer lugar, de que discrepar, mostrar opiniones contrarias o contradecir al otro es algo normal y hasta sano. No es provocar una guerra. Los demás no van a sentirse agredidos o violentados y probablemente tampoco les van a retirar el afecto. Más bien al contrario, se suele valorar más a las personas que manifiestan opiniones propias, aunque no siempre coincidan con las de los demás.

Los que están siempre de acuerdo con todo el mundo no pueden aportar nada y acaban aburriendo a sus interlocutores. Afortunadamente, la mayoría de las personas con las que se encuentren en su vida no serán maltratadores y precisamente por eso no les agredirán si muestran alguna oposición.

Esta seguridad se va aprendiendo en la relación frecuente con personas sanas y estables en las que conviene fijarse para ver cómo se expresa el desacuerdo sin mostrar agresividad o cómo se aprende a expresar enfado sin violentar al otro. Este es el segundo aspecto fundamental de la reeducación:  aprender maneras de comportamiento distintas de las que se conocieron en la infancia. Lo más frecuente es que estas personas que están tan acostumbradas a contenerse se extralimiten cuando, porque no tienen más remedio, acaban mostrando desacuerdo o enfado. Serán cínicos, mordaces o herirán verbalmente a su interlocutor, que tal vez se asuste o se enfade y quiera defenderse de un ataque que no venía al caso.

Eso provocará que ellos se avergüencen de sí mismos y se quieran morir al comprobar que son igual de crueles que sus maltratadores. Piensan que es evidente que habita en ellos la semilla del mal, la necesidad de causar dolor al otro, de atacarle en su punto débil, y se odian por ello.

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