La angustia como forma de vida

sentirse atrapado

La desesperación ante la falta de consuelo y cariño produce elevados índices de angustia.

El cariño y el consuelo aumentan la producción de endorfinas naturales que ayudan a calmar el dolor. Si un niño se cae al suelo, se hace daño y nadie le consuela siente más dolor. Si un niño sufre el rechazo de su madre siente dolor y, si cuando se acerca a ella de manera insistente para que le consuele,  ésta vuelve a rechazarlo, siente más dolor. Como no sabe cuándo va a terminar esa situación ni cómo puede calmarse él solo, genera cada vez más angustia. Si situaciones de este tipo se repiten de manera frecuente o son la norma de una relación, lo que finalmente predomina es la angustia. Se llega a tener angustia incluso antes de que pase nada porque el niño aprende a anticiparse a los acontecimientos.

La experiencia prolongada de angustia vital unida a desesperación y miedo produce terribles secuelas que se reproducirán en muchos momentos de la vida de adolescentes y adultos. Cuando fueron niños aprendieron a desconfiar de los demás y después, si ese problema no se ha tratado de manera adecuada, seguirán mostrando la misma desconfianza en sus relaciones amorosas o en el trato cercano con otras personas.

Es frecuente que en las nuevas relaciones, sobre todo en las sentimentales, se busquen indicios de comportamientos negativos que puedan conducir al abandono, el rechazo o la humillación. Se cree ver en los demás aquello que se veía con frecuencia en la infancia o se interpretan en esa clave hechos que no tienen por qué tener ese significado. De alguna manera se está siempre alerta ante la posibilidad de encontrar los comportamientos  tan temidos, por mucho que en el fondo se desee profundamente ser amado por fin sin condiciones y de una manera auténtica.

Esta dualidad (deseo de ser amado y temor a no serlo) produce mucho sufrimiento en los primeros momentos de la relación, hasta que finalmente se adquieren confianza y seguridad suficientes.

Puede ocurrir que, durante un tiempo, se necesite pedir “pruebas” a la pareja para no abandonar una relación que desestabiliza y hace sufrir tanto.

Estas pruebas se orientan en un doble sentido:

  1. Que el otro no le hará daño porque le ama de verdad.
  2. Que satisfará sus necesidades fundamentales (afecto, respeto, comprensión y consuelo).

Las personas que han sido maltratadas deben saber que, aunque su comportamiento es “lógico” desde el punto de vista de su historia personal, no siempre es fácil que los demás se den cuenta de lo que está ocurriendo. Ni siquiera ellos mismos suelen entender por qué se comportan así, por qué malinterpretan comentarios o situaciones, por qué muestran tanta irritación ante un hecho al que la pareja no concede importancia, por qué provocan ciertas discusiones.

Por eso es tan importante sincerarse con uno mismo, entender que es el niño interior de cada uno el que está muerto de miedo por volver a ser agredido o rechazado y que ese niño ha soportado ya tales niveles de angustia que no quiere volver a pasar por lo mismo. Es decir, no son ellos mismos en su totalidad los que se están comportando así, es esa parte de ellos herida y vulnerable. Un factor de resiliencia sería la capacidad de proteger a ese niño, de explicarle de alguna manera que lo que ocurrió no tiene por qué volver a ocurrir, pero que, en el caso que ocurra, él o ella están ahí para darles el cariño y el consuelo que en el pasado no tuvieron.

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