Culpa

dolor

Los niños maltratados cargan con la culpa de sus maltratadores. Un niño no puede pensar que sus padres son malos y le pegan, insultan o rechazan sin razón, por eso piensa que él tiene la culpa. Merece lo que le hacen. Tiene que portarse bien y hacer lo que ellos digan por absurdo o dañino que sea. Solo así conseguirá ser aceptado y querido. De esa manera, sometimiento y culpa se retroalimentan.

Las acciones del maltratador suelen ir acompañadas de palabras que justifican sus actos. Palabra y acción coinciden para confundir más al niño, para someterlo, y éste carece de armas suficientes para entender qué está ocurriendo, por eso recurre a lo más lógico: si su papá o su mamá no lo tratan bien es porque él es malo y no merece su amor.

El niño también se impregna de un sentimiento de vergüenza por lo que hacen sus padres. Siente vergüenza por el comportamiento de su agresor pero la siente sobre sí mismo, como si él mismo lo hubiera hecho. Es muy difícil quitarse ese sentimiento. Cuando el niño crezca se avergonzará de su agresor, sea padre o madre, y no querrá que lo conozcan sus amigos. Pero lo que es más grave es que seguirá impregnado de esa vergüenza y pensará que los otros lo notan. Sentirá que él es el caos, la violencia y la vergüenza y eso dificultará enormemente las relaciones con personas ajenas a la familia.

Ante ese sentimiento, normalmente, solo tiene dos opciones: aislarse del mundo o enfrentarse a él con las armas que conoce, es decir, con la violencia y la manipulación.

Algunas mujeres maltratadas por sus parejas fomentan en sus hijos, sin saberlo, estos sentimientos de culpa y de vergüenza. Ocurre, por ejemplo, cuando ocultan a los demás su sufrimiento y, lo que es peor, obligan a los niños también a ocultarlo. Crecer en un ambiente en el que la mentira y la ocultación son formas habituales de comportamiento puede hacer mucho daño a toda la familia, por más que se entienda que en algunos casos son estrategias legítimas de defensa para evitar conflictos mayores.

Si con el paso del tiempo el niño, ya adolescente o incluso adulto, se atreve a enfrentarse a su antiguo agresor, lo más probable es que sufra un acceso brutal de sentimiento de culpa. No soportará haberle hecho daño, aunque haya sido en defensa propia. En su interior sigue actuando como un niño pequeño que quiere ser amado a toda costa. Solo el esfuerzo continuo para superar ese sentimiento, que es en el fondo una identificación con su agresor, podrá ayudarle a controlar la culpa, la angustia y el terrible deseo de volver a someterse para encontrar la calma y el control de la situación.

Cuando uno de los cónyuges es agredido por el otro, el niño también siente vergüenza y dolor por su sufrimiento. Esto lo transmite en parte el agresor pero sobre todo el padre o la madre agredidos, que aunque quieran mostrarse felices no pueden serlo y transmiten mucha angustia. En esta situación los niños se identifican con el agredido y guardan para sí ese sentimiento de manera que en el futuro lo más probable es que se sientan culpables por tener éxito o por ser felices cuando la persona a la que quieren no lo es. El éxito personal, profesional o social es difícil de digerir para los niños que han sido maltratados. Casi todos ellos se mueven mejor en el fracaso o al menos en la falta de éxito. Si las cosas salen mal saben cómo afrontarlas pero se quedan inmovilizados cuando todo sale bien. Inmovilizados y culpables, casi siempre avergonzados. No saben desenvolverse en ese terreno