El dolor de la separación

El bebé percibe lo que ocurre a su alrededor. Tanto lo bueno como lo malo.

Si no le atienden cuando lo necesita, lo nota; si no le hacen caso o no satisfacen su necesidad de alimento o afecto también lo nota. ¿Y qué puede sentir un bebé en esas situaciones?

Dolor. Podríamos decir que un dolor en estado “puro” ya que ni lo entiende ni lo puede articular mediante palabras. Lo único que puede hacer es llamar la atención de sus padres o cuidadores para que estén cerca de él, lo alimenten, lo toquen, hablen y acaricien.

Si ellos vuelven a reaccionar de manera inadecuada, es decir, ignorando la necesidad del niño o castigándolo, el bebé volverá a sentir el dolor de la separación e intentará llamar la atención más todavía, entrando en un mecanismo que puede parar o no dependiendo de la respuesta de los padres, pero que, si se mantiene de forma continuada durante cierto tiempo, provocará que se desarrolle en el niño un trastorno de apego.

¿Por qué hablamos del dolor de la separación? Porque el bebé no sabe, durante mucho tiempo, que es un ser diferente de su madre. Se ha gestado en su interior y para él la madre y él mismo son una sola cosa, por eso necesita la cercanía del cuerpo, su calor, su afecto. Solo de esa forma puede empezar a desarrollarse hasta llegar a tener la percepción de ser un ser diferente de la madre.

Como hemos visto en http://www.maltratoinfantil.org/que-es-el-apego/, los animales que no completan satisfactoriamente el proceso de apego tienen problemas después para relacionarse con sus semejantes o incluso con los seres humanos cuando son animales domésticos. Un cachorro con problemas de apego puede destrozar objetos, ladrar constantemente, estar inquieto, no aceptar las órdenes o ser agresivo.  Este comportamiento se mantiene durante toda su vida si no se toman las medidas adecuadas para reeducarlo.

falta de apegoAlgo parecido ocurre con un bebé. El trastorno de apego consiste en que, a lo largo de su vida, tenderá a interpretar que sus relaciones son una repetición de la relación que ha tenido con sus padres, esa relación marcada por el dolor y la impotencia. No es que el niño o el adolescente se comporte así de manera consciente, sino que en su cerebro ha quedado una impronta que va a favorecer esa tendencia en las relaciones. La imagen que tiene de sí mismo es la que se ha creado en esa interacción con los padres antes de poder articular el lenguaje para decir  cosas como “soy una molestia”,  “soy invisible”, “no soy bueno”, “no merezco que me quieran”. Esa representación de sí mismo se ha impregnado en su memoria y a ella se une el terror y la angustia que ha sufrido por  su indefensión. No olvidemos que un bebé depende absolutamente de las personas que lo cuidan. Sin establecer vínculos con ellas nunca podrá llegar a desarrollarse.

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