El osito huérfano: lactancia materna en una sociedad desigual (III)

Lactancia materna

Siguiendo con las dificultades con que se topan las madres lactantes (extensibles, en buena medida, a las madres y padres en general), la actuación de algunos profesionales sanitarios deja mucho que desear. He conocido a mujeres que, cinco años más tarde, lloraban al recordar un parto en el que sufrieron violencia obstétrica. Como también denuncia la organización El Parto es Nuestro, la práctica de separar injustificadamente al recién nacido de su madre y llevárselo al nido continúa vigente en algunos hospitales españoles. A menudo se le da también uno o varios biberones “de contrabando”, es decir, sin el consentimiento de la mujer, lo que dificulta el establecimiento de la lactancia materna y aumenta en el neonato el riesgo de alergias y de infecciones.

En este sentido, es sorprendente la cantidad de pediatras, tanto hombres como mujeres, que desincentivan la lactancia natural al más mínimo tropiezo. Una estrategia típica es amedrentar a las madres con los percentiles y atosigarlas con frases como “Tu leche no es buena”, “No estás produciendo la suficiente”, “Tu bebé se queda con hambre”, “Este pecho tuyo hay que suplementarlo con biberón” o “Hay que meterle fórmula a este niño, que está bajo de peso”, en lugar de poner los medios para desbloquear la situación y favorecer que la lactancia siga su curso. Además de desprender un sospechoso tufillo misógino, tales afirmaciones son, a menudo, falaces. De entrada, presuponer que una leche de vaca deshidratada y modificada en un laboratorio va a ser mejor para un bebé que la leche de su propia especie -la humana-, atenta contra todos los datos disponibles y el sentido común más elemental. Que la leche de una mujer sana y correctamente alimentada no sea “buena” para su hijo/a es, sencillamente, imposible. Y, en cuanto al volumen de producción, hay una manera muy efectiva de incrementarlo y es, precisamente, estimular el pecho, ofreciéndoselo con más frecuencia al bebé; cuantos más biberones tome la criatura, menos leche excretará su madre, y entraremos en una peligrosa espiral donde la fórmula terminará por hacerse imprescindible y desterrar por completo al pecho. Me viene a la cabeza un artículo reciente de Rosa Montero, “Leche y vida”, en que la periodista alababa este prodigioso elixir que es la leche materna y cargaba las tintas contra un machismo residual que considera el acto de amamantar como algo doméstico y sin importancia. No puedo resistir la tentación de transcribir un fragmento: “Y es que de la leche materna no se sabe casi nada: no se han molestado en estudiarla. Por ejemplo, hasta el año 2012, es decir, ayer mismo, no se supo que la leche materna tenía 415 proteínas, y 261 de ellas se identificaron entonces por primera vez: “¡Parece que las mujeres no somos interesantes ni para la investigación!” (El País Semanal, 27 de marzo de 2016)”. Resumiendo, los pacientes de los pediatras son los pequeños, y el derecho de estos a la salud y a una atención médica de calidad debería ponerse por delante de intereses económicos o rancios prejuicios patriarcales.

Criar con apego y contacto físico produce adultos con mayor estabilidad emocional, más felices y seguros, con más capacidad de establecer relaciones sanas con su entorno social y familiar. La lactancia materna es una baza excelente para lograrlo. La teta no es solo comida. Calma la ansiedad, es calor, consuelo y juego, y una fuente permanente de experiencias sensoriales. Mantener este continuo corporal con el bebé contribuye a paliar su desvalimiento en el período de exterogestación y refuerza el vínculo afectivo madre-hijo.

Nuestra sociedad genera en las madres una determinada exigencia y promueve, al menos en apariencia, un modelo de crianza que proclama a los cuatro vientos las bondades de la leche materna. Pero, en la realidad, el propio sistema dificulta que la mujer pueda poner en práctica esa expectativa, e incluso cuestiona su capacidad para hacerlo. Reclamemos el espacio público que nos corresponde, y reclamemos visibilidad y reconocimiento social para la lactancia; un contexto de salud sexual y reproductiva y unas condiciones laborales dignas que posibiliten los cuidados para la vida. Es responsabilidad de los profesionales y de la sociedad entera, si no fomentar la lactancia materna, como mínimo no torpedearla. Y es preciso que las mujeres nos empoderemos y asumamos de nuevo el control de nuestros cuerpos, para tomar decisiones informadas y basadas en la evidencia científica, y no en las creencias ni opiniones subjetivas del especialista de turno.

Dar el pecho (o intentarlo) no es una obligación, sino un derecho de cualquier mujer. Como también lo es decidir hasta cuándo se desea hacerlo. Dejen que las mujeres hagamos lo que nos dé la gana con nuestras tetas. Todos saldremos ganando; incluidos los niños.

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